sábado, 21 de abril de 2018


DANZA DE LAS CABEZAS:
MONOGESTUALIDAD Y ESTRIDENCIA COMO ELEMENTOS PARA UN MODELO ESCÉNICO

Juan Izaguirre
Hermosillo; 21 de abril de 2018

La noche del 20 de abril Quiatora Monorriel (QM) ha inaugurado la 26 Muestra Internacional Un Desierto para la Danza en Sonora, con el estreno Danza de las Cabezas. El Teatro de la Ciudad, ocupado esta vez en tres cuartas partes de su capacidad, de un total de 494 butacas, es desde 1995 la sede de la fiesta dancística más relevante del estado de Sonora.
Danza de las Cabezas, de la autoría de Benito González, es una pieza compuesta de ocho partes: Sindromo, Cada día más, Maniobras por hora, Control 2, Objektiva, Ólo, Eliminación sucesiva, Viwanda kasi, mismas que se separan entre sí por un puente vocal-sonoro correspondiente a una redistribución espacial de los bailarines, mediante una caminata ordinaria. La obra es interpretada por Guillermo Aguilar, Fausto Jijón Quelal, Jorge Motel, Gisela Olmos, Inti Santamaría y Bryant Solís.
Fiel a uno de los principios más conocidos de QM, González basa su composición en lo que podríamos aquí llamar economía del gesto. En este aspecto voy a centrar mi análisis.
Danza de las cabezas, de aproximadamente 40 minutos, está estructurada en un iterativo patrón oscilatorio frente-atrás del torso, con matices laterales o diagonales, los cuales parecen introducidos para oxigenar el sistema respiratorio y circulatorio de los intérpretes, más que como justificación dramatúrgica.
Mediante esta pieza coreográfica, inaugural de la 26 Muestra Internacional de Danza en Sonora, González explora (asumo) en el maquinismo como estereotipo social. El coreógrafo no quiere que la oscilación obsesiva de los torsos sea monotonía (¡o quizás sí!), ni estupefacción, a pesar de la tibia reacción final entre el público; más bien se busca, siguiendo el epígrafe del programa de mano, que los intérpretes se “muevan ligeros, acompasados” fundiéndose con y entre las máquinas para generar una naturaleza humana menos humana. El drama, si queremos verlo así, consiste en que esta transformación ontológica no necesariamente obliga al lamento por una sociedad “deshumanizada”; la propia oscilación obsesiva -ya no sólo física ni fisiológica, sino estética- quiere ser una representación del proceso por el cual los propios intérpretes alcanzan “una paz interna similar al jazmín”.
Construida bajo el modelo kinésico de la economía del gesto y de la perspectiva de la antropología social, Danza de las cabezas, de González, sugiere al menos una interrogante de carácter técnico y una de carácter político, respectivamente. ¿Cuál es el programa de entrenamiento general de los intérpretes y cuál la relación directa con su desempeño interpretativo en la puesta en escena de Danza de las cabezas? ¿Cuáles son algunas implicaciones de la representación escénica de un comportamiento maquinista entre sectores sociales específicos – como el que se caracteriza en la obra- y cuáles las explicaciones éticas que las Sociedad, en su conjunto, debería ofrecer?
Habrá quienes piensen que formularse preguntas como las anteriores es ocioso frente a la danza contemporánea; que lo más adecuado es “dejarse llevar” por las sensaciones que los cuerpos en movimiento generan; que lo sensato en términos estéticos es quedarse con la emoción -así sea ésta una estridencia escénica- de lo que propone el coreógrafo. Habemos, en cambio, quienes experimentamos la necesidad de preguntar-nos permanentemente, principalmente ante sensaciones de insatisfacción.


No hay comentarios:

Publicar un comentario